martes, 22 de marzo de 2011

ARIADNA

Tilde camina por un corredor de letras. Tanto el suelo como las paredes y el techo están repletas de letras. Letras mayúsculas y minúsculas, correctamente alineadas o en montón, dibujando espirales y curvas caprichosas, solas o formando palabras. También componen frases, unas frases muy extrañas, cuyo sentido, si lo tienen, no logra comprender, así que ella las interpreta como puede. “La veda del bis in ídem”, lee, justo sobre su cabeza, amenazando con desplomarse sobre ella. “Debe ser una especie en peligro de extinción”, se dice. En eso, llega a un recodo del camino y el corredor se bifurca en dos. Sigue por el ramal de su izquierda ‑siempre hay que tomar el camino a la izquierda-, sin amedrentarse por la enorme X que monta guardia, ni por el “ratione temporis”, en un tamaño algo menor, que puede ver a sus pies. “El tiempo de los ratones, claro está”, piensa, imaginando unos cuantos, royendo letras en la esquina, donde, en realidad, sólo hay una “inflación” ‑alguien ha debido comer fabada- y un “crecimiento negativo” ‑pobres enanitos-. Más allá, en otro recodo, hay un “juicio de faldas” que le encanta, aunque comprende, con pesar, que es una errata y hay que corregirla. Pero no puede, por falta de un rotulador rojo, y eso le fastidia un poco.

Sigue avanzando, siempre por las bifurcaciones a la izquierda, por pasillos que se van estrechando, mientras lee al azar un “análisis de sensibilidad” que le parece muy tierno y emotivo, propio de una novela de Jane Austen. Más allá, luce una “legitimación activa de Ayuntamiento” que, no obstante la mayúscula, le hace pensar en las monsergas de los curas sobre el santo matrimonio. Encuentra luego varias Z desperdigadas aquí y allá, una W sin duda muy cómoda para descansar un rato, una serie de “abracadabras” que componen un triángulo de letras menguantes y una “racionalidad jurídica” ante la que exclama: “¡imposible!”

Hasta que llega a una rotonda muy pequeña, donde se alza solitaria una Y, muy satisfecha de sí misma. Sintiéndose como Alicia, Tilde la mira un buen rato; le gusta el brillo de alabastro que despide a la suave luz de un “quinqué” escrito en la pared. Si no fuera porque parece muy pesada, la cogería y se la llevaría consigo.

Pero, ¿adónde? El corredor ha desaparecido y no hay ninguna otra abertura, ni puerta ni pasillo que le permita continuar. Pues es raro, porque se supone que estaba siguiendo el camino que lleva a la salida. Mira en torno. Nada, solo la rotonda circular, que se va cerrando sobre sí misma, sobre una y diminuta. Curiosamente, cuando despierta, no se siente angustiada, sino complacida, como si volviera de un viaje pequeño y grato.

Hasta que recuerda que en la mesa de su despacho quedaron ayer unas galeradas con una cantidad desconsiderada de páginas, que debe corregir esa misma mañana, porque urgen un poco. Suspira con fastidio, totalmente evaporada la grata sensación de haber estado paseando entre tantas palabras que, de golpe, han dejado de ser amigas para convertirse en obligación.

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