miércoles, 29 de junio de 2011

GATA VIEJA

Gatita a rayas, recién terminada su etapa cachorro, muy segura de sus movimientos y de su habilidad, sea para buscarse la vida, sea para dar volteretas. Gata vieja contemplando sus esfuerzos para hacerse con una rata que, según la teoría, es su presa natural. Gata vieja levantando una ceja con escepticismo, previendo el resultado. Gatita a rayas incapaz de comprender por qué ese pedazo de bicho, en lugar de salir huyendo o pedir clemencia (alternativamente o ambas cosas) le planta cara con una mirada feroz en los ojillos. “Debería austarse”, comenta, un poco ofendida. “Pero no va a hacerlo”, replica gata vieja, mirándose las uñas. “Pero debe hacerlo. Es lo natural”, dice la pequeña en un tono más alto, a ver si la presa se da por aludida. Lejos de ello, avanza un poco más, todos los pelos erizados, enseñando los afilados dientes. Casi sin querer, gatita a rayas retrocede un poco, con indudable gracia a pesar de todo. La rata lanza un gruñido como advertencia final, antes de alejarse, despreciativa, sin que gatita a rayas se atreva a seguirla.

“Sabes”, comenta gata vieja, “el problema es que las ratas no tienen ningún sentido del deber”

viernes, 17 de junio de 2011

QUIEN BUSCA, HALLA


Siempre le habían llamado la atención esas personas que se dedican a registrar las papeleras. Personas mayores, en su mayoría, que se afanaban durante largo rato escarbando en su interior, la cabeza casi dentro. Qué absurdo. Lo más curioso del caso es que siempre acababan enderezándose con un gesto satisfecho, con algo entre las manos que se llevaban como un tesoro, y que ella nunca conseguía ver.

Pero aquel día recordó la historia de un tipo que encontró un décimo de lotería premiado rebuscando en una papelera. Una leyenda urbana, lo más seguro. Aunque, quien sabe... Se quedó mirando la papelera que tenía enfrente. Dio dos pasos y retrocedió. Menuda tontería, ¿qué podía haber allí dentro que fuera útil, o interesante? Por otra parte, tampoco se perdía nada por probar suerte.

Echó un vistazo furtivo a su alrededor. No había nadie cerca. Volvió a avanzar y, lentamente, introdujo la mano por la boca de la papelera.

El alarido espantó a las palomas que merodeaban. Sacó la mano de un tirón y corrió, corrió hasta que no pudo más.

Nunca olvidaría el tacto frío y viscoso de los dedos que habían estrechado los suyos.

martes, 7 de junio de 2011

FÁBULA

Las hienas aullaron durante cuarenta días y cuarenta noches, destruyendo cuando encontraban a su paso. Cuando los pastores, aterrados, pidieron que pararan, ellas exigieron que se les entregaran varios corderos para merendar. Los pastores no se plantearon siquiera la posibilidad de plantar cara a las hienas y construir cercas para que no atacaran el redil. Al contrario, conminaron a los pastores más débiles a que sacrificaran parte de su rebaño para que las hienas se tranquilizaran.

Ni que decir tiene que los pastores débiles obedecieron sin demora, entregando tanto corderos como alguna que otra cabra vieja (pero que hacía buen caldo). El resto del rebaño se puso muy contento, pensando, erróneamente que así no les tocaría a ellos.

Pero los que más se regocijaron y se alegraron fueron los grandes carneros, porque, en cambio, a ellos se les dio ración doble de comida. Ya de paso, empezaron a plantear que sería necesario sacrificar algunos corderos más, sólo para estar seguros.

No, esto último no es nada raro. Lo cierto es, en realidad, los carneros eran hienas disfrazadas.