martes, 8 de noviembre de 2011

AL ALBA

Le despertó un fuerte dolor en la mano izquierda. Un tenue hilo de sangre resbalaba entre los dedos cerrados.

Abrió la mano. Sobre la palma, latía débilmente un pequeño corazón roto.

martes, 25 de octubre de 2011

RAÍCES

Había bajado a la cacharrería de la esquina a fisgar un poco, sin ánimo de comprar nada, pero vio el montón de viejas monedas, casi borradas por el tiempo y, en un impulso, se gastó la paga de la semana en ellas.

Su madre puso el grito en el cielo, a quién se le ocurre, siempre malgastando el dinero en porquerías. Su padre meneó la cabeza sin levantar la vista del periódico, el chico era así, qué se le iba a hacer. Su hermana aprovechó la ocasión para reírse de él sin disimulo. Peor fue cuando se las enseñó a los chicos de la pandilla, que le siguieron varios días al grito de “Edu es tonto, Edu es tonto”. Menos mal que acabaron aburriéndose de la canción y volvieron a ocupaciones más interesantes, como achicharrar hormigas y cortar el rabo a las lagartijas.

Él aguantó todas las burlas sin inmutarse. Guardó las monedas y el domingo, nada más desayunar, se marchó al campo con una bolsa y un bocadillo de mortadela envuelto en papel de periódico. Llegó hasta la arboleda, al lado del río y se sentó, la bolsa a su lado, sin hacer nada, sin pensar en nada, oyendo sin oír la canción del agua.

Mucho después, cuando el sol ya estaba alto en el cielo, se animó de repente, se puso en pie, recogió sus cosas y caminó entre los árboles, hasta alcanzar uno que examinó con cuidado, nudo por nudo, rama por rama. Al fin, sonrió satisfecho, le dio un golpecito amistoso en la corteza, extrajo las monedas y una azadilla de la bolsa y cavó un hoyo junto a la más gruesa de las raíces. Depositó en él las monedas, las tapó bien, teniendo la precaución de poner una piedra encima, y se comió el bocadillo como justo premio a su labor. Luego volvió a casa, contestó con un escueto “por ahí” a las preguntas de su madre y se fue a su habitación, para enfrascarse en el libro que leía a todas horas.

Años más tarde, cuando el pueblo era un sitio que sólo existía en las pausas entre los exámenes de fin de curso y septiembre, volvió una mañana a la arboleda, con una bolsa y un bocadillo de chorizo. El lugar había cambiado, pero no tanto como para no reconocer al árbol, un poco más viejo y más alto. Se sentó junto a él, acarició su corteza y se quedó un rato allí, disfrutando del rumor del agua sin pensar en nada, sin hacer nada.

Después, cuando la sombra ya no podía combatir el calor del sol, sacó de la bolsa la azadilla, retiró la piedra con cuidado de no dañar el musgo, y cavó un rato, hasta que un brillo dorado recompensó sus esfuerzos. Allí estaban, iguales a los que le había mostrado el viejo pirata en aquel libro que aún le acompañaba. Sonriendo, guardó en la bolsa los doblones de a ocho, tapó el hoyo y se comió el bocadillo, como ceremonia de acción de gracias.

lunes, 26 de septiembre de 2011

SI NO EXISTIERAS

Qué sería de mí si no existieras,
mi ciudad de La Habana.
Si no existieras, mi ciudad de sueño
en claridad y espuma edificada,
qué sería de mí sin tus portales,
tus columnas, tus besos, tus ventanas.
Cuando erré por el mundo ibas conmigo,
eras una canción en mi garganta,
un poco de tu azul en mi camisa,
un amuleto contra la nostalgia.
Y ahora te camino toda entera,
te vivo toda hasta la madrugada,
soy el viento en tus parques y rincones,
soy ese sol que te acaricia el alma.
Ciudad de mis amores en el polvo,
bella ciudad de podredumbre y alas,
en ti nací realmente un mes de enero
cuando golpeó en tu pecho la esperanza.
Si viví un gran amor fue entre tus calles,
si vivo un gran amor tiene tu cara,
ciudad de los amores de mi vida,
mi mujer para siempre sin distancia.
Si no existieras yo te inventaría
mi ciudad de La Habana.

 (Fayad Jamís, 1984)



miércoles, 21 de septiembre de 2011

el buen pan

El panadero imagina, sueña historias mientras amasa el pan muy de mañana, historias que a nadie le interesan, que son motivo de risas irónicas para sus conocidos, que su mujer se niega a escuchar, que sus hijos ignoran, papá, esos cuentos no nos gustan, cuéntanos los de siempre.

Y entonces, el panadero le murmura sus historias al pan mientras lo amasa, mientras añade un poco más de harina o la levadura justa, susurrándolas a la puerta del horno a las hogazas doradas que esperan.

A nadie más puede contárselas. Pero en el pueblo la gente empieza a saber de ogros benévolos, de princesas malvadas, de príncipes cobardes y reyes justicieros. Nadie sabe, pero cada vez que parten el pan antes de comer, un duende se escapa, una niña habla con una vieja que le enseñará el secreto para ser poderosa, un pequeño príncipe se pone en camino buscando su reino perdido.

jueves, 21 de julio de 2011

BELLA DURMIENDO

Ella estaba en el bar, se diría que me esperaba. Todo ha sido suave y fácil, su sonrisa recibiéndome, su manera de aceptar mi invitación, de bailar conmigo, de abrazarse a mí. Su sonrisa se ha hecho más alegre cuando he susurrado a su oído mi petición, mi deseo, y también en un susurro me ha dicho que sí, que quería que me fuera con ella.

En cuanto hemos llegado a su dormitorio, la he tomado entre mis brazos, todo deseo y pasión entre nosotros y nos hemos besado. Pero inmediatamente después se ha separado de mí, ha bostezado y ha dicho que se moría de sueño.

No era mentira, se ha dejado caer en la cama y en el mismo momento se ha quedado dormida.

Y ahí está, respirando suavemente, el pelo extendido sobre la almohada, el vestido tan corto dejando ver sus piernas doradas, los labios entreabiertos, absolutamente deseable, sin que haya beso de amor que la despierte.

viernes, 8 de julio de 2011

EL ENCARGO

La llave estaba colgada en un cuarto siempre abierto, un cuarto delante del cual ella pasaba todos las mañanas haciendo su trabajo. No sabía de dónde era la llave hasta que un día una voz se insinuó en su cerebro, un mandato imperativo. Pensó que era efecto del cansancio, que se habría quedado un momento traspuesta, después de dejar el cubo y la aspiradora en su sitio, pero cuando oyó la voz no estaba en el cuarto de la limpieza, sino delante de esa puerta abierta. Pasó de largo sin hacer caso, qué más le daba a ella de dónde fuera la llave.

Pero el episodio se repitió, la voz era cada vez más imperiosa, tenía que coger la llave. Le preocupó un poco, vaya obsesión más tonta. Intentó olvidarla, pero no pudo, todos los días era igual, cuando terminaba sus tareas y pasaba por delante de la puerta abierta. Hasta que, por fin, la cogió. Fue muy fácil, nadie vigilaba, nadie andaba por allí cerca para preguntarle para qué necesitaba la llave de la cámara de seguridad.

Apenas necesitó el disimulo mínimo de llevar la aspiradora consigo, si alguien le decía algo contestaría que estaba limpiando, como siempre. Pero en el bolsillo superior de la bata estaba la llave, que introdujo sin dudas en la complicada cerradura, que cedió con un clic cariñoso. También sabía ya, lo había oído en su interior, qué era lo que debía de coger, aquel viejo libro envuelto en un paño de terciopelo. Lo apretó contra su pecho, cuidadosa, como le había indicado la voz.

Sin dudarlo, arrastrando el aspirador tras de sí, se adentró en la catedral, vacía y silenciosa a aquellas horas, sus pasos resonando en la alta bóveda. Bajó a la cripta, hasta el arca de plata que casi todos afirman que guarda los restos de un apóstol. Dejó el bulto sobre la tapa, subió las escaleras, guardó el aspirador, se marchó y olvidó el episodio para siempre.

Ni ella ni nadie ha vuelto a verlo, ni ella ni nadie sabe que Prisciliano, durmiendo su sueño eterno en el arca de plata, abraza para siempre el libro.

miércoles, 6 de julio de 2011

OLVIDO

Fue un encuentro breve. Él era uno de tantos marinos que se acercaban al bar aprovechando unas pocas horas en tierra, sólo que aquella vez, cuando ella le sirvió la copa, sus manos se encontraron. Fue un encuentro efímero, pero dio frutos. Él, casi nunca volvió a acordarse de aquella mujer y, cuando lo hizo, fue sin nostalgia ni deseo. Ella, apenas esperó volver a verle. Meses más tarde, mientras esperaba el nacimiento de la niña, decidió que se llamaría Olvido.


Con el buen tiempo, Olvido y ella se acercan de la mano a pasear por el acantilado. En cuanto llegan, la pequeña se suelta, impaciente, y corre, persiguiendo alguna mariposa imaginaria. Unos pasos más atrás, ella vigila que no se acerque demasiado al borde. Contempla su pelo rubio despeinado, tan diferente al suyo, y, sin darse cuenta, la mirada se le pierde en el azul del horizonte.

miércoles, 29 de junio de 2011

GATA VIEJA

Gatita a rayas, recién terminada su etapa cachorro, muy segura de sus movimientos y de su habilidad, sea para buscarse la vida, sea para dar volteretas. Gata vieja contemplando sus esfuerzos para hacerse con una rata que, según la teoría, es su presa natural. Gata vieja levantando una ceja con escepticismo, previendo el resultado. Gatita a rayas incapaz de comprender por qué ese pedazo de bicho, en lugar de salir huyendo o pedir clemencia (alternativamente o ambas cosas) le planta cara con una mirada feroz en los ojillos. “Debería austarse”, comenta, un poco ofendida. “Pero no va a hacerlo”, replica gata vieja, mirándose las uñas. “Pero debe hacerlo. Es lo natural”, dice la pequeña en un tono más alto, a ver si la presa se da por aludida. Lejos de ello, avanza un poco más, todos los pelos erizados, enseñando los afilados dientes. Casi sin querer, gatita a rayas retrocede un poco, con indudable gracia a pesar de todo. La rata lanza un gruñido como advertencia final, antes de alejarse, despreciativa, sin que gatita a rayas se atreva a seguirla.

“Sabes”, comenta gata vieja, “el problema es que las ratas no tienen ningún sentido del deber”

viernes, 17 de junio de 2011

QUIEN BUSCA, HALLA


Siempre le habían llamado la atención esas personas que se dedican a registrar las papeleras. Personas mayores, en su mayoría, que se afanaban durante largo rato escarbando en su interior, la cabeza casi dentro. Qué absurdo. Lo más curioso del caso es que siempre acababan enderezándose con un gesto satisfecho, con algo entre las manos que se llevaban como un tesoro, y que ella nunca conseguía ver.

Pero aquel día recordó la historia de un tipo que encontró un décimo de lotería premiado rebuscando en una papelera. Una leyenda urbana, lo más seguro. Aunque, quien sabe... Se quedó mirando la papelera que tenía enfrente. Dio dos pasos y retrocedió. Menuda tontería, ¿qué podía haber allí dentro que fuera útil, o interesante? Por otra parte, tampoco se perdía nada por probar suerte.

Echó un vistazo furtivo a su alrededor. No había nadie cerca. Volvió a avanzar y, lentamente, introdujo la mano por la boca de la papelera.

El alarido espantó a las palomas que merodeaban. Sacó la mano de un tirón y corrió, corrió hasta que no pudo más.

Nunca olvidaría el tacto frío y viscoso de los dedos que habían estrechado los suyos.

martes, 7 de junio de 2011

FÁBULA

Las hienas aullaron durante cuarenta días y cuarenta noches, destruyendo cuando encontraban a su paso. Cuando los pastores, aterrados, pidieron que pararan, ellas exigieron que se les entregaran varios corderos para merendar. Los pastores no se plantearon siquiera la posibilidad de plantar cara a las hienas y construir cercas para que no atacaran el redil. Al contrario, conminaron a los pastores más débiles a que sacrificaran parte de su rebaño para que las hienas se tranquilizaran.

Ni que decir tiene que los pastores débiles obedecieron sin demora, entregando tanto corderos como alguna que otra cabra vieja (pero que hacía buen caldo). El resto del rebaño se puso muy contento, pensando, erróneamente que así no les tocaría a ellos.

Pero los que más se regocijaron y se alegraron fueron los grandes carneros, porque, en cambio, a ellos se les dio ración doble de comida. Ya de paso, empezaron a plantear que sería necesario sacrificar algunos corderos más, sólo para estar seguros.

No, esto último no es nada raro. Lo cierto es, en realidad, los carneros eran hienas disfrazadas.

lunes, 23 de mayo de 2011

LA REPÚBLICA DE SOL (2)

TOMA LA CALLE – 15-05-11

Yes, we camp!

Democracia real YA

Yo te pago, yo te voto, yo decido


Tomo mis sueños por realidad porque creo en la realidad de los sueños

No somos antisistema, el sistema es antinosotros

Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir

No son rescates, son chantajes. Vuestra crisis no la pagamos

No somos mendigos, practicamos para el futuro

Si os haceis los suecos, seremos como los griegos

Rebeldes sin casa

Sin curro – sin casa – sin pensión – SIN MIEDO

Nuestra sonrisa no tiene precio

No hay pan para tanto chorizo

Informamos a los políticos que el pueblo declara ilegal la Junta Electoral

El enemigo no viene en patera, viene en limusina

Vuestra demagogia hunde Europa

Madrid será la tumba del neoliberalismo

Pienso, luego insisto

Pienso, luego estorbo

No somos mercancías de banqueros y políticos

Sin miedo, habrá futuro

No nos falta dinero, nos sobran ladrones

No es la crisis, es el sistema

Más educación, menos corrupción

Nietos en paro, abuelos trabajando

Políticos, somos vuestros jefes y os estamos haciendo un ERE

Cuando los de abajo se mueven, los de arriba se tambalean

Yo estudiaba historia y ahora la historia nos estudiará a nosotros

Apaga la TV, enciende tu mente

Si Madrid salió a la calle por un mundial, cómo no hacerlo por nuestro futuro

jueves, 5 de mayo de 2011

DIALÉCTICA


Años más tarde, visto lo bien que le había salido la jugada la primera vez, la serpiente tentadora decidió probar suerte de nuevo y se acercó a Caín, que estaba pastoreando su rebaño. 


Por desgracia, al desaparecer el paraíso, los humanos habían perdido la facultad de entender su idioma. Así que, en cuanto empezó a desgranar sus seductores argumentos, Caín aprestó su honda y le dió un cantazo.

viernes, 1 de abril de 2011

VUELO


Ella camina por el sendero, al borde del acantilado. Mar hasta donde alcanza la vista, monte, olor a jara, un viento leve que refresca la mañana. De pronto, nota el hormigueo en los hombros. Sigue adelante, fijando una atención obstinada en los accidentes del terreno. Al fin, tras superar un paso difícil, se detiene. No puede seguir ignorándolo: cada vez es más intenso, apremiante. Hacía tanto tiempo… había llegado a pensar que, después de todo, era cuestión de voluntad vencerlo. Se había jurado a sí misma que no iba a volver a pasar. Pero aquí está, de nuevo, y se da cuenta, como siempre, como cada vez, de que no puede hacer nada para contenerlo: es más fuerte que ella, lo será siempre. Suspira, desalentada. Mira alrededor. Nadie. Sólo el viento, el sol en lo alto, cerca del mediodía, el mar por todas partes. Una sonrisa se insinúa en su cara. Después de todo, ¿por qué no? Se libra de la mochila, de las pesadas botas, de toda la ropa.  Se queda desnuda, quieta, con la vista fija en el horizonte, erguida, el viento desordenando su pelo. Abre lentamente los brazos y, con un grito de júbilo, se deja caer al vacío.

…Mucho más abajo, en una barca, un hombre interrumpe su faena  al oír el graznido. Eleva la mirada al cielo, a la gaviota que vuela, segura, hasta perderse de vista.

miércoles, 30 de marzo de 2011

SAN CASTO

El hombre casto necesita pocas cosas para ser feliz. Basta algún partido de fútbol, sano y viril ejercicio, muy apropiado para calmar esos ardores improcedentes que a veces le asaltan, tentación del enemigo malo. Mejor aún si al partido le sigue una ducha fría, que además le ayuda a ignorar los procaces comentarios de los compañeros en el vestuario, empeñados en medírsela unos a otros.

El hombre casto tiene esposa, desde luego, pues, no siendo hombre que haya dado sus votos a Dios, entiende que debe cumplir el precepto bíblico: “creced y multiplicaos”. Pero sólo se acerca a ella los días en que naturaleza permite, sin luz, sin gesticulaciones inútiles, tan sólo para esparcir su semilla cristianamente. Tres veces lo ha hecho, y el fruto han sido tres pequeños. Los ve poco, tan sólo cuando se acerca a la casa familiar para impartirles con severo amor las enseñanzas de la verdadera fe, o bien para instruirles en el noble juego del fútbol. Pero normalmente prefiere vivir solo en un austero refugio del monte, para evitar tentaciones, que las féminas, aun siendo buenas como la suya, no dejan de ser descendientes de Eva.

Lo demás es oración y sacrificio, mortificar la carne y consumir los escasos alimentos necesarios para sustentar el cuerpo: unas avecicas del cielo, que vienen a morir voluntariamente en su mano, para evitarle la crueldad de torcerles el cuello, un poco de agua clara y un puñado de aceitunas de un olivo cercano. A veces recuerda, con una sonrisa, la vida de los santos padres ermitaños y piensa que la hogaza de pan que les suministraba un cuervo benévolo sería, incluso, demasiada comida para él.

Con esta existencia de virtud y meditación, no es raro que el hombre casto, cuando reza en su refugio, llegue a transparentarse, y, en ocasiones, se eleve unos palmos del suelo. Después de esos trances, da gracias a Dios por concederle ser casi un espíritu puro sin tener que abandonar este valle de lágrimas. Cada vez evita más la casa familiar, por no escuchar la algarabía de los chiquillos, tan poco edificante, y porque ha observado que, cuando está con su esposa, empieza a ser menos transparente, aparte de la tendencia que últimamente aprecia en ella de acercársele más de lo que la piedad manda, hasta casi rozarle el brazo en ocasiones. Sólo baja al pueblo los días que hay partido de fútbol, ofreciendo el esfuerzo y la ducha fría como un sacrificio más a Dios.

Marcha luego a su refugio del monte, recibiendo con lágrimas la dádiva de los pajarillos que se le entregan como maná del cielo, consumiendo los escasos frutos del olivo y rompiendo el hielo de un arroyo próximo para calmar su sed. El viento es frío, muerde su  carne, cubierta apenas con la camiseta reglamentaria de su equipo, pero él no parece notarlo, ya está más allá de esas pequeñas miserias.

Así, deja pasar el invierno sin bajar al pueblo. Al fin, renuncia incluso a los partidos de fútbol, pues un día descubre que ya no hay ardores que calmar. Vive en paz consigo mismo y con la naturaleza. Las zarzas no le hieren, las piedras no obstruyen su camino de santidad. Los lobos no le incomodan con sus aullidos, sino que acuden a lamerle, mansos, los pies ya transparentes.

Cuando llega la primavera, hace tiempo que se desplaza sin pisar el suelo, y sólo las avecillas que le sirven de sustento son capaces de verle, tan etéreo se ha vuelto.

Según dicen los que aciertan a pasar cerca de su refugio, el único indicio de su presencia son los melodiosos cánticos que entona alabando al creador. Eso y una magnífica cornamenta que puede observarse flotando en torno al lugar donde se escucha su hermosa voz.

martes, 22 de marzo de 2011

ARIADNA

Tilde camina por un corredor de letras. Tanto el suelo como las paredes y el techo están repletas de letras. Letras mayúsculas y minúsculas, correctamente alineadas o en montón, dibujando espirales y curvas caprichosas, solas o formando palabras. También componen frases, unas frases muy extrañas, cuyo sentido, si lo tienen, no logra comprender, así que ella las interpreta como puede. “La veda del bis in ídem”, lee, justo sobre su cabeza, amenazando con desplomarse sobre ella. “Debe ser una especie en peligro de extinción”, se dice. En eso, llega a un recodo del camino y el corredor se bifurca en dos. Sigue por el ramal de su izquierda ‑siempre hay que tomar el camino a la izquierda-, sin amedrentarse por la enorme X que monta guardia, ni por el “ratione temporis”, en un tamaño algo menor, que puede ver a sus pies. “El tiempo de los ratones, claro está”, piensa, imaginando unos cuantos, royendo letras en la esquina, donde, en realidad, sólo hay una “inflación” ‑alguien ha debido comer fabada- y un “crecimiento negativo” ‑pobres enanitos-. Más allá, en otro recodo, hay un “juicio de faldas” que le encanta, aunque comprende, con pesar, que es una errata y hay que corregirla. Pero no puede, por falta de un rotulador rojo, y eso le fastidia un poco.

Sigue avanzando, siempre por las bifurcaciones a la izquierda, por pasillos que se van estrechando, mientras lee al azar un “análisis de sensibilidad” que le parece muy tierno y emotivo, propio de una novela de Jane Austen. Más allá, luce una “legitimación activa de Ayuntamiento” que, no obstante la mayúscula, le hace pensar en las monsergas de los curas sobre el santo matrimonio. Encuentra luego varias Z desperdigadas aquí y allá, una W sin duda muy cómoda para descansar un rato, una serie de “abracadabras” que componen un triángulo de letras menguantes y una “racionalidad jurídica” ante la que exclama: “¡imposible!”

Hasta que llega a una rotonda muy pequeña, donde se alza solitaria una Y, muy satisfecha de sí misma. Sintiéndose como Alicia, Tilde la mira un buen rato; le gusta el brillo de alabastro que despide a la suave luz de un “quinqué” escrito en la pared. Si no fuera porque parece muy pesada, la cogería y se la llevaría consigo.

Pero, ¿adónde? El corredor ha desaparecido y no hay ninguna otra abertura, ni puerta ni pasillo que le permita continuar. Pues es raro, porque se supone que estaba siguiendo el camino que lleva a la salida. Mira en torno. Nada, solo la rotonda circular, que se va cerrando sobre sí misma, sobre una y diminuta. Curiosamente, cuando despierta, no se siente angustiada, sino complacida, como si volviera de un viaje pequeño y grato.

Hasta que recuerda que en la mesa de su despacho quedaron ayer unas galeradas con una cantidad desconsiderada de páginas, que debe corregir esa misma mañana, porque urgen un poco. Suspira con fastidio, totalmente evaporada la grata sensación de haber estado paseando entre tantas palabras que, de golpe, han dejado de ser amigas para convertirse en obligación.

miércoles, 16 de marzo de 2011