martes, 7 de junio de 2011

FÁBULA

Las hienas aullaron durante cuarenta días y cuarenta noches, destruyendo cuando encontraban a su paso. Cuando los pastores, aterrados, pidieron que pararan, ellas exigieron que se les entregaran varios corderos para merendar. Los pastores no se plantearon siquiera la posibilidad de plantar cara a las hienas y construir cercas para que no atacaran el redil. Al contrario, conminaron a los pastores más débiles a que sacrificaran parte de su rebaño para que las hienas se tranquilizaran.

Ni que decir tiene que los pastores débiles obedecieron sin demora, entregando tanto corderos como alguna que otra cabra vieja (pero que hacía buen caldo). El resto del rebaño se puso muy contento, pensando, erróneamente que así no les tocaría a ellos.

Pero los que más se regocijaron y se alegraron fueron los grandes carneros, porque, en cambio, a ellos se les dio ración doble de comida. Ya de paso, empezaron a plantear que sería necesario sacrificar algunos corderos más, sólo para estar seguros.

No, esto último no es nada raro. Lo cierto es, en realidad, los carneros eran hienas disfrazadas.

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