viernes, 17 de junio de 2011

QUIEN BUSCA, HALLA


Siempre le habían llamado la atención esas personas que se dedican a registrar las papeleras. Personas mayores, en su mayoría, que se afanaban durante largo rato escarbando en su interior, la cabeza casi dentro. Qué absurdo. Lo más curioso del caso es que siempre acababan enderezándose con un gesto satisfecho, con algo entre las manos que se llevaban como un tesoro, y que ella nunca conseguía ver.

Pero aquel día recordó la historia de un tipo que encontró un décimo de lotería premiado rebuscando en una papelera. Una leyenda urbana, lo más seguro. Aunque, quien sabe... Se quedó mirando la papelera que tenía enfrente. Dio dos pasos y retrocedió. Menuda tontería, ¿qué podía haber allí dentro que fuera útil, o interesante? Por otra parte, tampoco se perdía nada por probar suerte.

Echó un vistazo furtivo a su alrededor. No había nadie cerca. Volvió a avanzar y, lentamente, introdujo la mano por la boca de la papelera.

El alarido espantó a las palomas que merodeaban. Sacó la mano de un tirón y corrió, corrió hasta que no pudo más.

Nunca olvidaría el tacto frío y viscoso de los dedos que habían estrechado los suyos.

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