viernes, 8 de julio de 2011

EL ENCARGO

La llave estaba colgada en un cuarto siempre abierto, un cuarto delante del cual ella pasaba todos las mañanas haciendo su trabajo. No sabía de dónde era la llave hasta que un día una voz se insinuó en su cerebro, un mandato imperativo. Pensó que era efecto del cansancio, que se habría quedado un momento traspuesta, después de dejar el cubo y la aspiradora en su sitio, pero cuando oyó la voz no estaba en el cuarto de la limpieza, sino delante de esa puerta abierta. Pasó de largo sin hacer caso, qué más le daba a ella de dónde fuera la llave.

Pero el episodio se repitió, la voz era cada vez más imperiosa, tenía que coger la llave. Le preocupó un poco, vaya obsesión más tonta. Intentó olvidarla, pero no pudo, todos los días era igual, cuando terminaba sus tareas y pasaba por delante de la puerta abierta. Hasta que, por fin, la cogió. Fue muy fácil, nadie vigilaba, nadie andaba por allí cerca para preguntarle para qué necesitaba la llave de la cámara de seguridad.

Apenas necesitó el disimulo mínimo de llevar la aspiradora consigo, si alguien le decía algo contestaría que estaba limpiando, como siempre. Pero en el bolsillo superior de la bata estaba la llave, que introdujo sin dudas en la complicada cerradura, que cedió con un clic cariñoso. También sabía ya, lo había oído en su interior, qué era lo que debía de coger, aquel viejo libro envuelto en un paño de terciopelo. Lo apretó contra su pecho, cuidadosa, como le había indicado la voz.

Sin dudarlo, arrastrando el aspirador tras de sí, se adentró en la catedral, vacía y silenciosa a aquellas horas, sus pasos resonando en la alta bóveda. Bajó a la cripta, hasta el arca de plata que casi todos afirman que guarda los restos de un apóstol. Dejó el bulto sobre la tapa, subió las escaleras, guardó el aspirador, se marchó y olvidó el episodio para siempre.

Ni ella ni nadie ha vuelto a verlo, ni ella ni nadie sabe que Prisciliano, durmiendo su sueño eterno en el arca de plata, abraza para siempre el libro.

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